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Definición

La RAE dice escuetamente que Procrastinar es diferir, aplazar. Etimológicamente proviene del verbo latino procrastinare  en el que el prefijo pro implica ‘hacia’, y el adverbio cras, ‘relativo al mañana’. De modo que podemos considerar que procrastinar es “aplazar para mañana”, que es lo que parece advertir el dicho “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, que viene a ser la procrastinación en su acepción de la sabiduría popular. Anticipemos: Procrastinación no es sinónimo de holgazanería, es algo distinto.

Razones por las que se procrastina

La procrastinación es más profunda que la simple holgazanería, y tiene resortes más sofisticados con los que intenta engañarnos. Procrastinar es, esencialmente, dejarse llevar por una supuesta recompensa inmediata que lleva a posponer la acción en vez de afrontar la tarea, aún sabiendo que su consecución reportará un beneficio superior.

El problema añadido es que, a diferencia de la holgazanería, el individuo no disfruta de la recompensa inmediata porque sabe en todo momento que el balance le perjudica. Dejar las cosas para mañana, un mañana que no necesariamente es el día siguiente sino para un “más adelante” impreciso, que enmascara o vuelve más difuso el objetivo y la recompensa asociada a su consecución. A la hora de tomar decisiones, la procrastinación se aferra a diversas formas de autojustificación, entre las cuales podemos destacar:

Miedo al fracaso

Es un clásico y no solo en este contexto. El miedo a no estar a la altura de las circunstancias, de las expectativas de los demás, en un contexto cultural en el que la valía de la persona se vincula de forma rigurosa a los resultados obtenidos, puede frenarnos e inhibir la acción, pensando… mejor dejarlo para otro momento.

Si la tarea se nos antoja demasiado difícil, o la vemos desproporcionada y, a veces, poco clara o indefinida, entonces ese miedo al fracaso se acentúa y, de nuevo, optamos por posponer la acción.

Perfección

Resulta paradójico que, con frecuencia, seamos nosotros mismos quienes nos imponemos barreras que no somos capaces de salvar. Un perfeccionismo exagerado, que no contempla la propia esencia humana de la imperfección, puede ser una fuente de frustración ante cualquier quehacer, porque la perfección no deja de ser algo subjetivo y, por lo tanto, susceptible de interpretación sesgada, dependiendo de nuestro propio sentido de qué es esa perfección.

Una cosa es imaginar a Miguel Ángel en su búsqueda de la perfección pintando la bóveda de la Capilla Sixtina y otra muy diferente es el contexto de una persona en pleno siglo XXI, con la incertidumbre de la economía, la transformación digital, el impacto de Covid-19 en nuestras vidas y tantas otras cosas, entre las cuales, seguramente, no hay ninguna que nos exija algo comparable a pintar el Juicio Final.

Sin embargo, tenemos a nuestra disposición un concepto que es la excelencia, entendida como el logro de resultados extraordinarios, en un contexto concreto, no absoluto. La búsqueda de la perfección, frustra, la búsqueda de la excelencia, motiva.

Rabia e impaciencia

Y como los seres humanos somos sorprendentes, podemos pasarnos por un extremo o por el opuesto. Si un perfeccionismo excesivo nos sitúa en desventaja permanente, por cuanto la perfección es intrínsecamente inalcanzable (con la consiguiente frustración), una posición en la que sobrevaloramos nuestra capacidad, puntual o sistemáticamente, nos puede llevar a creer que podemos con todo y, a la hora de la verdad, a comprobar el efecto de nuestras limitaciones, que pueden conducirnos a una sensación de rabia e impotencia que, como una bola de nieve, hará crecer la impotencia y, consecuentemente, nos lleverá a posponer la tarea, es decir, a procrastinar.

Es obvio que esta modalidad será particularmente lesiva para uno mismo si no aprendemos la lección y no moderamos la tendencia a esa sobrevaloración que no tiene nada que ver con una sana autoestima, sino que más bien se alimenta de la irreflexión.

Sentirse saturado

Aunque no todos los especialistas consideran la procrastinación como un signo de una deficiente gestión del tiempo, lo es, al menos parcialmente. Se dice que el tiempo vuela y no es que vaya por el aire, simplemente quiere decir que va deprisa (en realidad va como va, ni deprisa ni despacio) y muchas veces las horas, las fechas, avanzan inexorables y nos agobian e, incluso, nos angustian.

Nos “entran las prisas”, queremos hacer rápidamente lo que tendría que estar ya hecho, incluso queremos hacer muchas cosas a la vez, porque todas parecen urgentes y, claro está, empezaremos a sentirnos saturados. En el universo de la procrastinación, del que vamos entendiendo algunas reglas, la invitación a posponer tareas tiene muchas razones y ésta es una que tiene alta probabilidad de ser aceptada. Total, ¡qué más da! -nos engañamos a nosotros mismos-  si no puedo terminar las cosas a tiempo, mejor dejarlo, incluso con una ilusoria sensación que nos lleva a creer que tal vez las cosas se resuelvan solas.

Falta de enfoque y dispersión.

¿A quien no le ha ocurrido alguna vez buscar una palabra en el diccionario e ir saltando de palabra en palabra olvidándonos de la que nos llevó al diccionario? Es un ejemplo inocente del efecto de la falta de enfoque y carece de entidad si es ocasional, aunque puede resultar devastador si se convierte en un hábito si, como ocurre con las redes sociales, los límites entre la tarea y el entretenimiento se diluyen y entremezclamos ambas dimensiones.

El resultado suele ser que la recompensa inmediata del entretenimiento se impone, dejando de lado aquello que “hay que hacer”, aunque resulte menos atractivo. No se trata solo de las redes sociales, sino de muchos otras variantes de falta de enfoque y dispersión: correo electrónico, mensajes instantáneos o, simplemente, hacer dibujos o garabatos en un papel en lugar de concentrarse en lo que realmente sabemos que tendríamos que hacer. El resultado es, otra vez, la procrastinación: mañana será otro día.

Consejos para no procrastinar

Por supuesto que hay diversidad de consejos interesantes y útiles para afrontar o combatir con éxito la procrastinación. No obstante, hay que tener cuidado con las soluciones generalistas para evitar la procrastinación, pues cada persona es única y bastará el rechazo a algún aspecto o detalle de esa solución para desestimarla en su totalidad.

Si me preguntan por una sola palabra clave para no procrastinar, mi respuesta es sin duda: motivación. Claro que esto no es un consejo, es una condición inexcusable y potente, que hay que trabajar expresamente. Ahí queda.

Marcar una fecha concreta para ejecutar la acción

Poner fecha a una acción es el primer paso para su ejecución. La consciencia del tiempo entre el momento actual y la fecha tope nos proporciona un marco de referencia que ayuda a llevar a cabo la tarea, entre otras cosas porque sirve de filtro ante otras tareas oportunistas que puedan comprometer la que nos ocupa.

Compaginar con alguna actividad que te guste

Una tarea que no sea trivial y que implique una dedicación considerable requiere de continuidad, de constancia y aquí puede emerger el espíritu de la procrastinación, sobre todo si la tarea no nos resulta particularmente atractiva o motivadora. Intercalar alguna otra actividad que sí nos gusta hará aquella más llevadera. Importante, no confundir con la multitarea, que nos conduciría directamente a la procrastinación, sino de una compaginación saludable de actividades gratas y no tan gratas.

Escribe de forma específica lo que debes hacer

El acto de escribir (especialmente a mano) tiene una fuerza enorme (la neurociencia lo acredita), pues plasma con palabras nuestras ideas (en este caso las tareas o proyectos). Si explicitamos bien lo que tenemos que hacer, de forma específica, sin ambigüedades, utilizando verbos de acción, con algún elemento que permita medir o estimar el avance y fijando una fecha límite para su finalización, estamos contribuyendo a su logro, tirará de nosotros.

Planea tus tareas y actividades de forma realista

Una vez fijado el proyecto o la tarea importante de forma específica, según hemos visto, con su tiempo límite establecido, es el momento de hacer el plan, que no es otra cosa que dividir el mismo en fragmentos que tengan sentido, estimando el esfuerzo que cada uno requiere, los recurso necesarios, con sentido realista, según las circunstancias y nuestras capacidades. El efecto de ir tachando lo ya realizado y comprobar que estamos dentro de lo previsto, es (casi) suficiente para esquivar procrastinación, incluso si la tarea no nos entusiasma.