¿Qué es un argumento de autoridad?
De las múltiples acepciones de la RAE del término autoridad, nos interesa la siguiente: “Prestigio y crédito de una persona o institución por su legitimidad o por su calidad o competencia en alguna materia”.
En el ámbito científico el argumento de autoridad está desacreditado, porque no basta con apelar a declaraciones, sino que hay que mostrar evidencias, datos, hechos. El concepto de argumento de autoridad tuvo mucha importancia hasta la Edad Media, cuando los sabios, científicos y eruditos de cualquier dominio de conocimiento eran pocos y sus opiniones nadie discutía.
No fue sino con la invención de la imprenta, con su capacidad de registrar, replicar y extender el conocimiento por medio de los libros, llevándolo a lugares donde nunca antes había llegado, favoreciendo la diversidad de opiniones y propiciando el sentido crítico. La autoridad, la reputación en cualquier terreno, hasta entonces intocables, empezaron a ser más discutidas.
Paradójicamente, en plena revolución digital, en la que la información lo invade todo, nos encontramos con que el exceso de información puede llegar a mermar nuestro espíritu crítico, por la dificultad de validar las fuentes de información y distinguir lo verdadero de lo falso. Una razón adicional para cultivar nuestro sentido crítico.
El argumento de autoridad no hace honor a su nombre.
El argumento de autoridad no hace honor a su nombre.
Intención del argumento de autoridad
En su aparente inocencia, el argumento de autoridad esconde intenciones que no se exponen abiertamente,
Pretende hacer valer una opinión o premisa
El argumento de autoridad es como una falacia utilizada para convertir una opinión, premisa o punto de vista en una verdad irrefutable, sólida, por más que distorsione la realidad, apelando a sentimientos en lugar de apoyarse en la razón.
Apoyarse en una cita o declaración de una entidad o un periodista, político, deportista, artista, economista, etc., ahorrándose la aportación de razones o pruebas y poniendo un escudo a una posible réplica, es una estratagema con una advertencia implícita “no es que lo diga yo, lo dijo Napoleón, Kant, la OMS, etc.”. Nadie se sabe de memoria todas las citas de un personaje, ni tiene por qué conocer el contexto en el que tuvieron lugar y, por tanto, dejan en inferioridad a los interlocutores o destinatarios del mensaje.
Sustituye “esto es así porque lo digo yo” por “esto es así porque lo dice X y coincide con lo que yo digo”.
Sustituye “esto es así porque lo digo yo” por “esto es así porque lo dice X y coincide con lo que yo digo”.
Es una opinión o creencia y no una teoría sólida
Pasar de una opinión o creencia propia a una premisa para demostrar algo es una constante en los argumentos de autoridad, aunque esta premisa no tenga ningún respaldo verificable.
En los medios de comunicación observamos con frecuencia debates sobre temas de actualidad en los que se vierten opiniones que son aprovechadas por los conductores de los programas, para inferir o sacar una conclusión alineada con la línea editorial o de pensamiento del medio de comunicación, cuando se trata solo de una opinión. Si el oyente o espectador comparte la línea editorial, ya cerramos el círculo.
Evita las explicaciones
Aquí se aplica el principio de magister dixit “lo ha dicho el maestro” que los escolásticos utilizaban en la Edad Media para citar como argumento irrefutable la opinión de Aristóteles. En nada se convierte en dogma.
No vamos a concluir con esto que las referencias a personas o entidades importantes no aporten sobre un tema, ni que demos por bueno lo que dice la letra de un famoso tango: “Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor”, sino cuidar que las citas o referencias se lancen como verdades irrefutables, que inhiben el debate o el cuestionamiento de lo que se afirma.
Ejemplos
- ¿Cuántas veces hemos leído o escuchado que Einstein dijo que «La definición de la locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados»? También se atribuye a Benjamín Franklin y, sin embargo, no hay evidencia alguna de que uno de ellos fuera quien lo dijera (o escribiera). Y ahí sigue apareciendo de vez en cuando.
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El champú que anuncia una estrella del cine no necesariamente me irá bien a mí; es más, quizás la estrella tampoco lo use.
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El 13 de marzo de 1964 el New York Times publicó un artículo, sobre el asesinato de Kelly Genovese, en el que describía como “38 ciudadanos ejemplares” fueron testigos del asesinato y no hicieron nada por evitarlo, resaltando que todo sucedió durante 30 minutos, dando tiempo a que el asesino interrumpiera hasta dos veces su ataque porque escuchaba las conversaciones de los testigos y por el brillo de las luces que se encendían en las habitaciones, volviendo en ambas ocasiones, para apuñalar de nuevo a su víctima, sin que nadie llamara a la policía durante el ataque.
Una historia inventada a partir de un hecho real, el asesinato de Kelly. Pronto se demostró que la mayor parte de los 38 supuestos testigos, no pudieron ver ni oír nada, por la situación de sus habitaciones y de los que oyeron algo, unos creyeron que se trataba de una discusión, en tanto que otros que realmente se dieron cuenta de lo que ocurrió, llamaron a la policía y a una ambulancia.
El argumento de autoridad se puso en marcha, nada menos que el New York Times era la autoridad, tanto que el impacto de su versión generó hipótesis científicas y estudios sobre las conductas en situaciones como las del caso Kelly, acuñándose más adelante “El Síndrome Genovese o efecto espectador”.
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